La Patagonia es la Argentina

Pedro Pablo
6 min readMar 3, 2024

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“Seis gobernadores en aprietos financieros se juntan para protagonizar una divertida aventura llena de sorpresas y desafíos desopilantes”.

Parece una estúpida reseña cinematográfica de la sección de Espectáculos del Diario Clarin pero no, es la sinopsis de un grupo heterogéneo de políticos lanzados al maravilloso mundo de la improvisación y el engaño.

Se da en un contexto de hipercrisis, con un Presidente psiquiátrico y un escenario geopolítico-ideológico muy complejo. Micheal Klare describe la geopolítica de la globalización como un escenario donde los conflictos y las tensiones orbitan alrededor de los recursos naturales. John Agnew, por su parte, duda de las fronteras trazadas por los Estados Nacionales y habla de escenarios de fronteras híbridas y “espacios que se convierten en lugares” por su influencia económica, comercial y financiera. Eric Sadin habla de “la silicolonización del mundo”, un proceso de cambio en la estructura económica capitalista, la cual orbita en el modelo de producción digital y robotizada que plantean los genios de Silicon Valley. Un sistema donde los trabajos tradicionales desaparecen en mano de robots y aparecen trabajos que literalmente no producen nada real (el arte de no hacer nada), en palabras de Byung-Chul Han. Para que la utopía siliconista sea real es necesario destruir las estructuras (y los límites) del viejo mundo.

Esto último de silicolonización es algo que toca muy de cerca a la impronta de este gobierno, impregnada de amigotes protagónicos de la era digital. La primera reunión con un “inversor” internacional fue con Sean Rad, fundador de Tinder. El primer referente internacional en festejar el arribo de Milei al poder fue Elon Musk. Los principales inversores de su campaña están vinculados a Soros y Black Rock. Esta silicolonización del mundo se construye muy cerca de la idea de que para construir un mundo nuevo hay que destruir el anterior; y en eso están empeñados los artífices de esta transformación total: desregulaciones, conflictos internos, cultura del odio a lo político.

En ese panorama macro, el establishment global fantasea con la idea de avanzar en su cambio de paradigma sin límites estatales. Tanto las regulaciones económicas y comerciales, las leyes laborales, como los impuestos son sinónimo de obstaculización de la revolución digital. Las monedas físicas y nacionales incluso, son un problema.

Este sistema requiere de un alto nivel de fagocitación de recursos naturales, en especial litio, gas y agua natural; sumado a lo que ahora se le llama “minerales raros”. Alimento abundante, barato y transgénico para una super población media y baja que se vuelca al veganismo de manera compulsiva y adoctrinada. El proceso de veganización y castración cultural de las clases subalternas va mucho más lento que el voraz consumismo de la sociedad digital.

Toda esta introducción nos habla de una necesidad imperiosa por obtener recursos baratos. Y el escenario ideal para ese extractivismo es el conflicto, la inestabilidad y la falta de Estado de Derecho. Nada más dañino para los nuevos dueños del poder que un Estado Nación poderoso que defiende sus intereses estratégicos.

Ya el divide y reinarás del sistema británico de expansión esclavista quedó añejo, la voracidad extractivista del capitalismo digital necesita ir un poco más allá. Necesita anarquía y administraciones blandas.

La Jefa de Comando Sur, Laura Richardson lo dice sin tapujos: “en Argentina tenemos abundantes reservas de litio, gas y agua dulce”. Vienen por ella. La división del territorio argentino es una fantasía de larga data. El proceso post-Malvinas sirvió para desarmar y desmoralizar la bases que sostienen a la Nación. El proceso político se acelera ante el advenimiento de lo que muchos llaman erradamente “la nueva derecha”. No es un tema de izquierdas o derechas.

Este proceso acelerado intenta crear nuevas identidades. Muchos hablan de la partición en dos -o en tres- del Territorio Argentino. Y muchos ven como un eslabón débil a la Patagonia Argentina.

La realidad es que la Patagonia es el único territorio argentino posible: el resto de la Argentina es un conglomerado híbrido de sub-identidades unidas por una historia reciente común, pero ciertamente con matices muy diversos entre sí.

No obstante, si uno busca un ámbito donde se haya generado lo que Ernest Gellner llama “entropía social” (un proceso de centrifugación de subjetividades étnico culturales diversas) eso es la Patagonia: la verdadera Nación Argentina.

Ante todo, vale recalcar que no hay ciudades ni poblaciones preexistentes. Los pueblos originarios que anteceden a la Campaña del Río Negro y el Neuquén de Julio A. Roca, tenían características nómades y semi nómades. En efecto, no existían poblaciones estables con infraestructura constituida.

Los mapuches, por ejemplo, no establecían “lugares” (en los términos de Agnew), no los bautizaban, los describían (eran espacios). El Chimehuín, por ejemplo, es una descripción de un río correntoso, chimehuín significa en mapundungum “río correntoso”. Fiske menuco, significa “pantano húmedo”, es la descripción del espacio que hoy alberga a la ciudad de General Roca, antes de la intervención reguladora de la cultura Occidental (con los canales de riego y los embalses, que regularon la irrigación del Río Negro). La intervención infraestructural de los sistemas de riego cambió la geografía del pantano húmedo hasta convertir toda la zona en un verdadero valle productivo y de condiciones estables.

El mapa tal y como se lo ve hoy en día es un diseño, construcción y desarrollo 100% del Estado Argentino. La estrategia y planificación con la que se trazaron las ciudades, las rutas, las infraestructuras ferroviarias, etcétera, son un trabajo concebido en la Argentina ya unificada.

Cuando se habla de preexistencia de la Provincias de la Patagonia, un carácter otorgado por la Corte Suprema en fallos varios, se refiere a una prelación jurídica y no temporal. En términos históricos, las provincias del Sur y Chaco no son preexistentes a la Nación, fueron formadas por la Nación. Negar esto pone a estos progresistas en contradicción con su propia hipótesis de conquista. Elemental.

En cambio, el resto del país tiene trazados y desarrollos preexistentes. Identidades que definen lugares, forjados durante el coloniaje español. Hasta incluso muchas de las actividades que fueron impostadas por los españoles definen hasta el día de hoy la estructura económica de las provincias del norte, mientras que el diseño y explotación económico-cultural de la Patagonia es fruto de la creatividad y proyección argentina.

A su vez, vale aclarar que los primeros pobladores, distaban de ser porteños. Éstos estaban enemistados con el Presidente Avellaneda y luego con el liderazgo de Roca que se empeñaba en arrancarle el puerto a los bonaerenses y dárselo al Estado Nacional, transición que costó más sangre porteña que la propia mal llamada “campaña al Desierto”. En efecto, Roca masacró más porteños que aborígenes (del lat. “ab-origine” = de origen).

Todo lo que está construido y diseñado al sur del Río Colorado es idea, planificación, trabajo e inversión del Gobierno Federal. Las grandes obras hídricas (Alicurá, El Chocón, Cerros Colorados), los embalses, la infraestructura petrolera realizada casi en su totalidad por YPF con recursos del Estado Nacional. Es un delirio y una ridiculez decir que hay preexistencia en esa obra magistral y sostenida a través de los años.

Pero no sólo eso, la composición social de la Patagonia es en efecto un ejemplo de síntesis de argentinidad: ha sido poblada de manera muy proporcionada tanto por inmigrantes españoles e italianos -como el resto del país- como por porteños, bonaerenses, cordobeses, mendocinos, litoraleños, norteños.

Es un hecho común que los patagónicos que en su juventud fueron a vivir a otras provincias para estudiar, en universidades como la Nacional de Córdoba, de La Plata o la Universidad Nacional del Sur, tienen la ya trillada anécdota de que se los confunde con los porteños. La tonada patagónica tiene la neutralidad del ser capitalino, pero gracias a Dios sin tanta “yé” ni tanta “s”. Es decir, y si se me permite una opinión deliberada, el patagónico tiene en su forma de hablar (en definitiva la primera manifestación indetitaria de un ser humano: el sonido con el que expresa su lengua), más equilibrada del ser nacional que pueda existir a lo largo y a lo ancho de la enorme y gloriosa República Argentina.

La Patagonia es una síntesis de la Argentinidad.

Pocas cosas me urge reconocerle a Raúl Alfonsin. Si hay algo que creo que tuvo una visión acertada, estratégica y audaz a largo plazo, era mudar la capital a Viedma. Quizás hoy, en el escenario actual, más audaz sería moverla a Ushuaia, y terminar por proyectar la Argentina bicontinental que será indudablemente la única salida posible para que este Pueblo encuentre la libertad y la plenitud que busca para poder realizar su modelo de vida, que no es ni el modelo de vida consumista de EUA, ni el modo de vida troglodita de la UE, ni un modo de vida comunista.

Para consolidar el modelo de unidad y soberanía del que tantos años se nos privó y es indudablemente la causa de nuestra pobreza y nuestra debacle social y cultural, no es un camino buscar divisiones balcánicas y estériles, serviles al interés anglosajón. El único camino es que la Argentina se empiece a proyectar desde la Patagonia hacia el resto del territorio. Y el modelo de vida que siempre perseguimos y defendimos, basados en valores cristianos, de familia, de amor al prójimo, de amistad y solidaridad, de goce colectivo pero con realización individual, es posible si logramos invertir los polos, y empezar a mirar las cosas cuanto más al sur sea posible.

En conclusión quiero decir que en realidad no existe una “Patagonia Argentina”. La única Argentina posible es la Patagonia.

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