Hablemos de injerencia II

Pedro Pablo
6 min readMar 24, 2024

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El capítulo más importante para desarticular el discurso negacionista, no se discute: la injerencia anglosajona

Una de las imágenes más contundentes de nuestra generación, empieza con un recorrido audiovisual, a pie, del entonces Presidente Dr. Néstor Carlos Kirchner, acompañado del Ministro de Defensa José Pampuro, y una serie de uniformados. El locutor reza: “el Teniente General, Don Roberto Bendini, procederá a descolgar dos cuadros, los cuales serán trasladados al despacho el director del Colegio Militar de la Nación…”.

Eso ocurrió el 24 de Marzo de 2004. Seis meses antes, Néstor Kirchner había dado luz verde para la reapertura de los juicios a todos los responsables de las atrocidades cometidas en la última Dictadura militar. En efecto, el 21 de Agosto de 2003 se derogaba la ley de obediencia debida y punto final que otorgaba impunidad a mandos medios y oficiales que habían participado en la represión, desaparición, tortura y aniquilación de personas durante el régimen militar del ‘76 al ‘83.

Pocos días después, el 13 de Septiembre del 2003, se filtra una información que apunta al Tte. Gral. Bendini a raíz de unos supuestos dichos en la Escuela Superior de Guerra, donde en una actividad de instrucción reservada, aparentemente manifestó que la Patagonia Argentina era blanco de una posible avanzada israelí, a la cual asistían jóvenes militares simulando viajes turísticos para hacer reconocimiento del terreno. Estas declaraciones alertaron a la DAIA quien pidió explicaciones y el gobierno tuvo que pedirle una declaración jurada a los 21 asistentes a dicho curso donde aseguraran que no se habían pronunciado tales dichos.

Esta filtración, como no podía ser de otra manera, provenía de Horacio Verbistky, quien entre otras cosas manifestó que Bendini había asegurado que él era el primer Jefe del Ejército nacionalista desde la era lanussista (Alejandro Agustín Lanusse, asume la Presidencia de facto el día 23 de marzo de 1971).

Descolgar los cuadros de Videla y Bignone es sólo una imagen simbólica que acompaña el proceso judicial más grande de la historia latinoamericana y probablemente del mundo, en materia de DD.HH. Bendini fue un militar que asumió la responsabilidad de acompañar ese proceso desde adentro de las FF.AA. de la misma manera que el Tte. Gral. Martin Balza fue el militar que asumió la triste responsabilidad de desarmar el Ejército Argentino a gusto y piacere del gobierno británico durante los años ‘90.

Indudablemente, asumir ese rol para Bendini, le pudo haber costado no sólo su cargo y su carrera militar, sino además una demanda de la comunidad judía.

La dictadura militar tiene en el imaginario colectivo una enorme carga psicológica, vinculada a hechos de lesa humanidad que desnuda la cara más miserable de la condición humana. La impunidad que otorgó la sistematización de mecanismos no sólo de tortura sino de tortura clandestina, a los artífices de este proceso a todo nivel desembocó en imágenes y hechos de la más profunda crueldad, inmoralidad y violencia no sólo inhumana, sino también anti-cristiana y anti-argentina.

La revisión de este proceso histórico ha despertado el repudio de todos los sectores sociales, sin importar su origen ideológico, de clase o religioso. En fechas como las que nos toca transitar el día de hoy, vemos a personas totalmente “despolitizadas” compartiendo imágenes o lemas alusivos al Nunca Más, o al pedido colectivo de Memoria, Verdad y Justicia. Es, como lo enuncia el fiscal Strassera en el alegato final del Juicio a las juntas: una consigna que le pertenece ya a todo el Pueblo Argentino.

No obstante, el ciclo no ha sido debidamente cerrado. Y no por falta de concientización, que diferencias siempre las habrá, sino porque no han sido atendidas las cuestiones de fondo.

La consigna Nunca más fue asumida incluso, y a su manera, por todas las FF.AA. Hoy en día no existe un sólo militar que se sienta habilitado o conciba en su imaginario la posibilidad de tomar el poder por las armas. Una costumbre por cierto que rebalsa ampliamente el ámbito de la última dictadura militar, y que fue una constante del Siglo XX en la Argentina luego de seis golpes de Estado efectivos (en 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976) y otros 9 intentos de golpe o golpes internos (golpes dentro de las propias fuerzas).

No obstante, además de la sistematicidad en los procesos de interrogación, persecución y tortura de la dictadura cívico-militar del ’76, se deja pasar por alto otro detalle que lejos de ser menor, es neurálgico y sustancial: la injerencia foránea.

Los golpes anteriores eran disputas entre nacionalismos. Concepciones distintas de Patria y Nación. Incluso disputas de un orden mayor como discusiones entre el modelo agroexportador de ideología liberal (generalmente representados por la Armada) y el modelo industrializador, nacionalista católico (generalmente representados por el Ejército).

En el golpe militar de 1955, donde bombardearon la Plaza de Mayo, asesinando a cientos de civiles, donde fusilaron a militantes políticos y sindicales, si bien hubo una injerencia norteamericana, la planificación y ejecución de la misma fue según la tradición militar argentina.

La gran diferencia que se desprende del golpe militar del año ’76, fue la subordinación plena desde su concepción y entrenamiento hasta su ejecución.

Los oficiales fueron formados en la Escuela de las Américas, donde se los instruía para aplicar un plan de persecusión y aniquilamiento de los que consideraban como una amenaza marxista. Ello dentro del esquema de la Doctrina de Seguridad Nacional planteada por el Presidente Nixon y su ideólogo en política internacional: Henry Kissinger.

Hace ruido que tanto el Ejército Revolucionario del Pueblo como Montoneros hubieran utilizado fusiles y municiones de origen británico, y contrabandeadas desde la mismísima embajada de Reino Unido, hecho que sale a la luz luego de se interviniera una carga de miles de municiones 9mm y fusiles que intentaba ingresar al país el embajador británico en 1975. Este hecho no se esclareció jamás y se resolvió con una simple nota de la Cancillería británica disculpándose por haber descuidado el protocolo acorde a esta situación. La Corte Suprema de Justicia de la Nación falló a favor de la Embajada y ordenó liberar los cargamentos alegando que había sido producto de un procedimiento nulo, toda vez que las mismas revestían de inmunidad diplomática y nunca deberían haber sido controladas por la policía portuaria.

También es atendible que el único diario que se animó a cuestionar las desapariciones durante la dictadura fue el Buenos Aires Herald, con el apoyo de la Embajada Británica. Esto explica que los aliados anglosajones tenían un objetivo que no era la pacificación de los países donde había focos marxistas pro soviéticos, sino por el contrario lo que se buscaba era estimular el conflicto, la desestabilización y el caos para justificar las intervenciones militares que aseguraran la desregulación de los mercados, el endeudamiento externo (la migración de deuda privada extranjera a deudas soberanas), el debilitamiento y la deslegitimación de los ejércitos en Estados que eventualmente podrían resultar adversos (como Argentina en el atlántico sur).

Este punto de la discusión no lo quiere abordar ningún actor de la época, porque se decodifica en el hecho de que lejos de estar luchando contra el terrorismo por la reorganización nacional y demás, lo que se estaba configurando es un sistema de represión en el marco de la guerra fría, bajo órdenes e instrucción del mundo anglosajón.

Hoy podemos decir, luego de evaluar los documentos desclasificados de la época, que el conflicto armado entre fines de los ’60 y el año ’75, como la dictadura militar en tanto proceso sistémico clandestino de persecución y aniquilamiento de todo actor político vinculado al peronismo, el sindicalismo o la defensa del verdadero interés nacional, ha sido beneficioso para los intereses del norte, no sólo en el contexto de la guerra fría y el fin de la Unión Soviética, sino también para el debilitamiento y desconfiguración de los Estados nacionales del sur, potencias que pudieran haber disputado en estos tiempos la soberanía sobre el Atlántico Sur.

Desnudar este entramado de subordinación y entrega, es útil también para desarticular el discurso negacionista. Aquel discurso que aún se esfuerza por discutir las cifras, como si eso los condonara de algún peso moral o amortiguara la barbarie. Aquel discurso que todavía cree que se trató de la única solución posible a un insostenible conflicto entre demonios de misma talla. Demonios que respondían a distintos ejes, y no como vimos ut supra, eran fogoneados por el mismo demonio, el anglosajón.

Es desde esta perspectiva donde se desnuda que uno al defender la dictadura: no defiende a la Nación, no defiende al Ejército, no defiende la fe católica, sino más bien, todo lo contrario. Es desde la perspectiva actual con toda claridad, un proceso de desarme, subordinación y entrega del poder nacional.

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